CAYO: UN ANALISIS ESTRUCTURAL
Por José Ignacio Valenzuela
Para La Ínsula Hirsuta
Sobre “Cayo” se ha dicho mucho, tal vez demasiado. Y desde trincheras opuestas: por un lado están los que la sienten como un producto nacional, autóctono, y como tal la defienden a destajo, por el simple hecho de ser un manifestación artística casi inexistente: una película de cine. Por otro lado, están los que buscan la excelencia dentro de la particularidad, y la critican por poner en pantalla ciertos vicios que, reclaman desde su trinchera, ya habría que empezar a dejar de lado.
El comentario que aquí hago transita en la precaria frontera entre esos dos polos. Y lo que pretendo hacer es un análisis estructural, del fondo y de la forma de la película.
Si nos pusiéramos aburridos y rimbombantes, habría que empezar por citar a Aristóteles. “El drama surge cuando dos fuerzas de igual intensidad de oponen”, nos dice desde el pasado. “El héroe es aquel que quiere algo, y alguien/algo se le opone”, sentencia a través de su Poética. Apliquemos ese viejo y simple principio a “Cayo”, y nos damos cuenta que desde la base del guión, desde su fundación más pura, comienzan los errores. En “Cayo” el héroe es Iván. Es a él a quien las cámaras siguen por Nueva York, Vietnam y Culebra. Está como figura central del poster, incluso. ¿Qué quiere Iván? Iván quiere morir en Culebra. ¿Qué se le opone a Iván? Nada. Apenas lo decide, se han hecho maletas, se ha tomado un avión, y basta cerrar una puerta en Manhattan para abrir una en la isla del caribe. Iván no es el héroe de la película, porque a Iván no le está pasando nada, dramáticamente hablando. En términos de estructura, su personaje es un personaje paciente: recibe las consecuencias, no provoca las causas. Y que las cámaras sigan a un personaje paciente es un error, puesto que hay que seguir al que genera los conflictos, al que es el motor dramático de la acción. Y ahora bien, si aplicamos el concepto de fuerzas iguales que se oponen, en “Cayo” tampoco encontramos dichas fuerzas. Una tendría que ser Iván, supongo… La otra, Kike. Pero Kike casi ni aparece en la película, y cuando el conflicto estalla, Iván está en Vietnam, Julia en Nueva York, y Kike en Culebra. Y cuando Iván regresa a Culebra, treinta años después, la primera discusión que tiene con Kike es por la cantidad de alcohol que Kike bebe… y por su hija drogadicta. Aquí no hay fuerzas que se opongan porque estructuralmente hay un error gravísimo: al supuesto personaje protagonista NADA se le opone, todo lo que quiere se le cumple. Y no sólo eso: todos colaboran y conspiran para que así sea, por lo cual la película está completamente desbalanceada y carente de conflicto real. La fuente de todo drama es el conflicto, grita Aristóteles. ¿Cuál es el conflicto de “Cayo”? ¿Los seis meses de vida que le quedan a Iván? ¿La traición de Julia, de la cual nunca se entera? ¿La pérdida de su hermano de sangre? ¿Cuál? Esa indecisión es grave, porque nos hace preguntarnos a todos de inmediato: ¿de qué se trata Cayo? ¿De un hombre que quiere morir en Culebra, o de un grupo de amigos que se peleó y que se quiere reencontar?
Por otro lado, Iván nunca se ha enterado de que su mujer le fue infiel. Y es más: nunca se entera. Chejov me viene a la mente, con una máxima que muchos escritores deberían grabar a fuego en alguna esquina de su mesa de trabajo: “Si en la línea cinco aparece una escopeta, y en la línea quince esa escopeta no se ha disparado, la escopeta está de más”. Nada más cierto. ¿Para qué sembrar una granada si no la vas a hacer explotar? Ese secreto, que parece atormentar a Kike y Julia, no sirve de nada desde el momento en que no se convierte en detonante de la acción. Es más, no hay una sola escena (salvo una muy breve al final) donde los tres personajes estén juntos en el presente.
Si Iván no es el héroe de la película, ¿quién lo es entonces…? La respuesta es muy simple: Kike. Es el único personaje complejo de “Cayo”, y el que menos escenas tiene. Kike, en el presente, no aparece en más de ocho oportunidades. ¿Qué quiere Kike? A Julia. ¿Qué se le opone? Iván. En términos Aristotélicos, Iván vendría siendo “el villano”, lo que no significa que tiene que ser “el malo”. Y tener a un villano que es “hermano de sangre” del héroe, es uno de los argumentos más interesantes y atractivos a los que un escritor se puede enfrentar. Pero en “Cayo” esto no sirve de nada, porque ese conflicto no forma parte del devenir dramático. Cuando Kike, Julia e Iván se enfrentan (cada uno por separado, porque no hay nunca una escena donde estén los tres cara a cara), lo hacen por la hija drogadicta. ¿Qué tiene que ver eso con el argumento central? Nada. Pero al parecer en “Cayo” nada importa. Kike se ha guardado el secreto y el odio contra Julia por treinta años. La dejó de ver un día así, sin previo aviso. Y se la encuentra de golpe saliendo de un supermercado, como si nada, y el diálogo ni siquiera da cuenta de la sorpresa y el estupor de ver aparecer a un fantasma del pasado. ¿De qué importa que se encuentren, si no se vuelven a ver más? La única vez que se vuelven a ver es porque Kike va a reclamar… a su hija. ¿De qué le sirvió entonces haber rumiado odio durante tres décadas? ¿De qué sirve crear un personaje maldito, resentido y autodestructivo, si no lo vas a aprovechar…?
El cine se construye en base a situaciones y sucesos. Situación es algo que está ocurriendo, y suceso es un hecho que irrumpe de golpe en esa situación, y la modifica para siempre. “Cayo” es una larga –a veces eterna- situación, en la que no hay sucesos. Eso es un hecho gravísimo. Miento: sí hay un suceso. Y es cuando Julia decide irse, abandonando a Kike. En ese momento la vida de todos los personajes cambia para siempre. Ese es un instante logrado de la película. Pero ese suceso ocurre dentro de un flash back, no en el presente del filme. ¿Y cuál es el problema de eso? Que “Cayo” es la historia de un hombre que se va a morir y decide hacerlo en Culebra. Es la historia de Iván en el 2005. Y no sólo ya vimos que Iván no es el protagonista, sino que el único suceso de la película… ¡no tiene que ver con la película que me quieren contar! La historia de Iván, Julia y Kike –en la actualidad- no tiene sucesos. No hay un sólo hecho que modifique sus vidas (dejando de lado la muerte de Iván, que no es un suceso como tal porque está anunciado desde la primera escena). Una película que no tiene sucesos es una película en donde no pasa nada.
En “Cayo” nada importa, dramáticamente hablando. ¿De qué sirve que Julia sea fotógrafa? ¿Qué pasaría si ella fuera maestra de yoga? Su personaje no cambiaría en nada. ¿Que ocurriría si Iván fuera mecánico automotriz? Nada. ¿Que sucedería si Kike fuera dentista en lugar de capitán de barco? De nuevo la respuesta es la misma: nada. Y si uno puede cambiar así de libremente un elemento tan importante como la vida profesional de un personaje, sin afectar el fondo de la película, es que algo grave y negativo está sucediendo.
Podría seguir hablando mucho rato. Podría analizar los diálogos, por ejemplo, y decir que atentan contra el principio mismo del diálogo, que es generar acción y no dar información. Un diálogo que informa es un mal diálogo. El diálogo es sinónimo de movimiento, y se usa sólo cuando la acción no alcanza para llevar la historia de un peldaño a otro. Pero como ya vimos, en “Cayo” no hay acción (puesto que no hay sucesos), sólo una situación, una larga viñeta de imágenes bellas de Culebra que no bastan para mantener el interés.
Hay un atisbo de acción, y es cuando la guardia marina “se toma” el cayo favorito de Iván. Uno piensa: bueno, aquí Iván va a hacer algo que lo va a convertir en héroe, aunque sea en los últimos minutos de película y va a ser su forma de retribuirle a los culebrenses todo el cariño que le han dado. ¿Y qué sucede con eso? Nada. Iván se va a su casa, enfermo, y no resuelve nada de nada. Son sus amigos pescadores los que actúan como héroes y después, alcalde incluido, le van a “informar” al héroe de nuestra película. ¿Qué clase de protagonista es ese…? ¿De qué sirve ese hecho político/marítimo si no afecta en NADA a ninguno de los tres personajes centrales de la película…?
Y aquí paro. Estoy tentado de seguir hablando y hablando, y adentrarme en los terrenos del cliché, de la pretensión, de las actuaciones rimbombantes, pero me prometí a mí mismo no tomar partido frente a la película. Por eso me limité a hacer un análisis de profesor de guión, de esos que uno hace cuando un alumno novato le presenta a uno un texto. Si tuviera que evaluarlo, mi alumno novato saldría mal parado. Muy mal parado. Y mi único comentario al margen sería el siguiente texto, escrito en rojo y con signos de exclamación: “¡¡¡Esta es una película donde no pasa nada!!!”
Sobre este tema, el editor de La Ínsula Hirsuta recomienda:
Para La Ínsula Hirsuta
Sobre “Cayo” se ha dicho mucho, tal vez demasiado. Y desde trincheras opuestas: por un lado están los que la sienten como un producto nacional, autóctono, y como tal la defienden a destajo, por el simple hecho de ser un manifestación artística casi inexistente: una película de cine. Por otro lado, están los que buscan la excelencia dentro de la particularidad, y la critican por poner en pantalla ciertos vicios que, reclaman desde su trinchera, ya habría que empezar a dejar de lado.
El comentario que aquí hago transita en la precaria frontera entre esos dos polos. Y lo que pretendo hacer es un análisis estructural, del fondo y de la forma de la película.
Si nos pusiéramos aburridos y rimbombantes, habría que empezar por citar a Aristóteles. “El drama surge cuando dos fuerzas de igual intensidad de oponen”, nos dice desde el pasado. “El héroe es aquel que quiere algo, y alguien/algo se le opone”, sentencia a través de su Poética. Apliquemos ese viejo y simple principio a “Cayo”, y nos damos cuenta que desde la base del guión, desde su fundación más pura, comienzan los errores. En “Cayo” el héroe es Iván. Es a él a quien las cámaras siguen por Nueva York, Vietnam y Culebra. Está como figura central del poster, incluso. ¿Qué quiere Iván? Iván quiere morir en Culebra. ¿Qué se le opone a Iván? Nada. Apenas lo decide, se han hecho maletas, se ha tomado un avión, y basta cerrar una puerta en Manhattan para abrir una en la isla del caribe. Iván no es el héroe de la película, porque a Iván no le está pasando nada, dramáticamente hablando. En términos de estructura, su personaje es un personaje paciente: recibe las consecuencias, no provoca las causas. Y que las cámaras sigan a un personaje paciente es un error, puesto que hay que seguir al que genera los conflictos, al que es el motor dramático de la acción. Y ahora bien, si aplicamos el concepto de fuerzas iguales que se oponen, en “Cayo” tampoco encontramos dichas fuerzas. Una tendría que ser Iván, supongo… La otra, Kike. Pero Kike casi ni aparece en la película, y cuando el conflicto estalla, Iván está en Vietnam, Julia en Nueva York, y Kike en Culebra. Y cuando Iván regresa a Culebra, treinta años después, la primera discusión que tiene con Kike es por la cantidad de alcohol que Kike bebe… y por su hija drogadicta. Aquí no hay fuerzas que se opongan porque estructuralmente hay un error gravísimo: al supuesto personaje protagonista NADA se le opone, todo lo que quiere se le cumple. Y no sólo eso: todos colaboran y conspiran para que así sea, por lo cual la película está completamente desbalanceada y carente de conflicto real. La fuente de todo drama es el conflicto, grita Aristóteles. ¿Cuál es el conflicto de “Cayo”? ¿Los seis meses de vida que le quedan a Iván? ¿La traición de Julia, de la cual nunca se entera? ¿La pérdida de su hermano de sangre? ¿Cuál? Esa indecisión es grave, porque nos hace preguntarnos a todos de inmediato: ¿de qué se trata Cayo? ¿De un hombre que quiere morir en Culebra, o de un grupo de amigos que se peleó y que se quiere reencontar?
Por otro lado, Iván nunca se ha enterado de que su mujer le fue infiel. Y es más: nunca se entera. Chejov me viene a la mente, con una máxima que muchos escritores deberían grabar a fuego en alguna esquina de su mesa de trabajo: “Si en la línea cinco aparece una escopeta, y en la línea quince esa escopeta no se ha disparado, la escopeta está de más”. Nada más cierto. ¿Para qué sembrar una granada si no la vas a hacer explotar? Ese secreto, que parece atormentar a Kike y Julia, no sirve de nada desde el momento en que no se convierte en detonante de la acción. Es más, no hay una sola escena (salvo una muy breve al final) donde los tres personajes estén juntos en el presente.
Si Iván no es el héroe de la película, ¿quién lo es entonces…? La respuesta es muy simple: Kike. Es el único personaje complejo de “Cayo”, y el que menos escenas tiene. Kike, en el presente, no aparece en más de ocho oportunidades. ¿Qué quiere Kike? A Julia. ¿Qué se le opone? Iván. En términos Aristotélicos, Iván vendría siendo “el villano”, lo que no significa que tiene que ser “el malo”. Y tener a un villano que es “hermano de sangre” del héroe, es uno de los argumentos más interesantes y atractivos a los que un escritor se puede enfrentar. Pero en “Cayo” esto no sirve de nada, porque ese conflicto no forma parte del devenir dramático. Cuando Kike, Julia e Iván se enfrentan (cada uno por separado, porque no hay nunca una escena donde estén los tres cara a cara), lo hacen por la hija drogadicta. ¿Qué tiene que ver eso con el argumento central? Nada. Pero al parecer en “Cayo” nada importa. Kike se ha guardado el secreto y el odio contra Julia por treinta años. La dejó de ver un día así, sin previo aviso. Y se la encuentra de golpe saliendo de un supermercado, como si nada, y el diálogo ni siquiera da cuenta de la sorpresa y el estupor de ver aparecer a un fantasma del pasado. ¿De qué importa que se encuentren, si no se vuelven a ver más? La única vez que se vuelven a ver es porque Kike va a reclamar… a su hija. ¿De qué le sirvió entonces haber rumiado odio durante tres décadas? ¿De qué sirve crear un personaje maldito, resentido y autodestructivo, si no lo vas a aprovechar…?
El cine se construye en base a situaciones y sucesos. Situación es algo que está ocurriendo, y suceso es un hecho que irrumpe de golpe en esa situación, y la modifica para siempre. “Cayo” es una larga –a veces eterna- situación, en la que no hay sucesos. Eso es un hecho gravísimo. Miento: sí hay un suceso. Y es cuando Julia decide irse, abandonando a Kike. En ese momento la vida de todos los personajes cambia para siempre. Ese es un instante logrado de la película. Pero ese suceso ocurre dentro de un flash back, no en el presente del filme. ¿Y cuál es el problema de eso? Que “Cayo” es la historia de un hombre que se va a morir y decide hacerlo en Culebra. Es la historia de Iván en el 2005. Y no sólo ya vimos que Iván no es el protagonista, sino que el único suceso de la película… ¡no tiene que ver con la película que me quieren contar! La historia de Iván, Julia y Kike –en la actualidad- no tiene sucesos. No hay un sólo hecho que modifique sus vidas (dejando de lado la muerte de Iván, que no es un suceso como tal porque está anunciado desde la primera escena). Una película que no tiene sucesos es una película en donde no pasa nada.
En “Cayo” nada importa, dramáticamente hablando. ¿De qué sirve que Julia sea fotógrafa? ¿Qué pasaría si ella fuera maestra de yoga? Su personaje no cambiaría en nada. ¿Que ocurriría si Iván fuera mecánico automotriz? Nada. ¿Que sucedería si Kike fuera dentista en lugar de capitán de barco? De nuevo la respuesta es la misma: nada. Y si uno puede cambiar así de libremente un elemento tan importante como la vida profesional de un personaje, sin afectar el fondo de la película, es que algo grave y negativo está sucediendo.
Podría seguir hablando mucho rato. Podría analizar los diálogos, por ejemplo, y decir que atentan contra el principio mismo del diálogo, que es generar acción y no dar información. Un diálogo que informa es un mal diálogo. El diálogo es sinónimo de movimiento, y se usa sólo cuando la acción no alcanza para llevar la historia de un peldaño a otro. Pero como ya vimos, en “Cayo” no hay acción (puesto que no hay sucesos), sólo una situación, una larga viñeta de imágenes bellas de Culebra que no bastan para mantener el interés.
Hay un atisbo de acción, y es cuando la guardia marina “se toma” el cayo favorito de Iván. Uno piensa: bueno, aquí Iván va a hacer algo que lo va a convertir en héroe, aunque sea en los últimos minutos de película y va a ser su forma de retribuirle a los culebrenses todo el cariño que le han dado. ¿Y qué sucede con eso? Nada. Iván se va a su casa, enfermo, y no resuelve nada de nada. Son sus amigos pescadores los que actúan como héroes y después, alcalde incluido, le van a “informar” al héroe de nuestra película. ¿Qué clase de protagonista es ese…? ¿De qué sirve ese hecho político/marítimo si no afecta en NADA a ninguno de los tres personajes centrales de la película…?
Y aquí paro. Estoy tentado de seguir hablando y hablando, y adentrarme en los terrenos del cliché, de la pretensión, de las actuaciones rimbombantes, pero me prometí a mí mismo no tomar partido frente a la película. Por eso me limité a hacer un análisis de profesor de guión, de esos que uno hace cuando un alumno novato le presenta a uno un texto. Si tuviera que evaluarlo, mi alumno novato saldría mal parado. Muy mal parado. Y mi único comentario al margen sería el siguiente texto, escrito en rojo y con signos de exclamación: “¡¡¡Esta es una película donde no pasa nada!!!”
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