martes, octubre 11, 2005

DIGRESIONES EROTICAS, PT. 1


El otro día tuve el despiste de irme de mi casa sin cerrar las ventanas. Llovió y se mojaron, entre otras cosas, unos libros que tengo en una mesita debajo de las ventanas de mi cuarto. No fue nada grave; sólo algunas portadas mojadas. En el proceso de secarlas, fui encontrando todos estos libros que no he leído, pero que tengo un mínimo de interés en leer. Por eso es que los tengo en esa mesita y no en el librero. Entre esos libros, hay varios de literatura puertorriqueña contemporánea, en su mayoría escritores jóvenes, que compré un día que me dio cargo de consciencia por no haber leído a gente como Pepe Liboy, Pedro Cabilla, Juan Carlos Quiñones y Juan López Bauzá. Pero, de los libros mojados, el que más me llamó la atención, al punto de sentarme a leerlo, fue La última noche que pasé contigo, de Mayra Montero.

Yo nunca había leído a Mayra Montero. Bueno, he leído algunas de sus columnas, las cuales suelen gustarme. Debo decir que cada vez las leo más. Es una de las poquísimas cosas buenas que uno puede encontrar en la edición dominical de El Nuevo Día. Si no había leído a la Montero hasta ahora era porque (1) no me había interesado, (2) había tenido malas experiencias con sus cuentos y (3) tenía prejuicios contra el hecho de que fuera cubana, escribiera sobre negros y admirara tanto a Carpentier. Por alguna razón que no entiendo, esa ecuación me parecía, como diría Y., ¡fatal!

El caso es que no vine a interesarme por La última noche… hasta muchos años después de su publicación. De hecho, la edición que compré hace un tiempo en La Tertulia no es ni siquiera la edición de La Sonrisa Vertical, con sus portadas rosas, sino una edición de la Colección Fábulas, que es la colección de libros de bolsillo de Tusquets. Así de tarde llegué a la fiesta.

Me suele suceder que trato de leer un libro, no doy pie con bola, lo pongo a un lado y no es sino hasta un segundo intento que puedo leerlo de una vez y por todas. El ejemplo más notorio de esto es El nombre de la rosa, de Eco, el cual leí, si no me equivoco, en un tercer intento. Entre el primer y el último intento pasaron años. Pero fue bueno que persistiera porque la novela de Eco me agarró como pocas lo han hecho desde entonces (sólo me viene a la cabeza En busca de Klingsor, de Volpi, la cual leí en un viaje a Brasil, la mitad en el vuelo de ida, la otra mitad en el vuelo de vuelta.). La película ya había sido, pero no la había visto. Recuerdo querer leer más rápido de lo que podía para saber quién era el asesino.

Pues con La última noche… me pasó igual. La miré por encima, la empecé a leer y la dejé después del primer capítulo. Suelo darles a los libros por lo menos un capítulo. No creo exagerar al decir que, de la mayoría de mis libros, sólo he leído un capítulo. Si no he pasado al segundo capítulo, no es necesariamente porque no me haya gustado el libro. Quizás fue porque lo empecé a leer en un momento que no tenía tiempo para leer mucho más. A veces me pasa que leo algo y luego, cuando pretendo continuar la lectura ya ha pasado demasiado tiempo y me siento en la obligación de releer lo ya leído porque lo he olvidado. Esto quizás se deba a un difuso sentido de culpa católica. Pero lo dudo, porque lo cierto es que casi nunca releo, simplemente doy por abandonado el libro. Y ahí es que de verdad me siento cullpable. Eso me pasa con libros que definitivamente quiero leer como, por ejemplo, The Amazing Adventures of Kavalier & Clay, de Michael Chabon, y Vereda Tropical, las memorias de Caetano Veloso.

Hay otros libros que me encantaría leer, pero sé que nunca leeré. Lo sé desde el momento mismo que lo estaba pagando o mandando a pedir por Amazon. Ejemplos son: The Decline and Fall of the Roman Empire, de Edward Gibbon, y Empire, de Michael Hardt y Antonio Negri. Quien conozca dichos libros sabrá que son verdaderos ladrillos. No tengo el tiempo ni la fuerza de voluntad para leerlos. Sin embargo, ahí están para impresionar a cualquiera que, durante una fiesta en mi casa, quiera conocerme a través de mi librero.

Hace unos años, me dio con que nunca había leído literatura erótica. Mi primer libro de literatura erótica fue The 120 Days of Sodom and Other Writings, del Marqués de Sade. Ya no recuerdo cuándo ni dónde lo compré. Algo me dice que fue en Nueva York, quizás mientras hacía mi maestría allá. Aunque hay algo que no me cuadra. El libro es bastante voluminoso. No es el tipo de libro que yo hubiera comprado, sabiendo que en algún momento iba a tener que cargarlo en una maleta. Hmm. Aunque ahora que lo pienso, yo me traje algunos de mis libros de textos de la universidad, así que todo es posible.

De más está decir, que nunca he leído los escritos del Marqués. ¿Saben qué? Ese libro lo tengo que haber comprado en Nueva York. Y les explicó porque estoy casi seguro de esto (dije “casi”). Cuando estaba en Nueva York, en la videoteca de la universidad, vi Salo, la película de Pasolini, basada en Los 120 días… Cuando yo finalmente leí fragmentos del texto, ya había visto la película o debo decir casi toda, pues no la terminé. Por eso pienso que fue en Nueva York, es probable que en la librería de la universidad. Como dije, Del Marqués he leído poquísimo, lo suficiente como para saber por dónde iba la cosa y para ahora lamentarme que la copia esté en el librero de lo que era mi cuarto en casa de mis padres y no en mi casa. Otras novelas eróticas que he comprado pero no leído son: Las edades de Lulú, de Almudena Grandes, Las amistades peligrosas, de De Laclos, y hasta hace muy poco La última noche…, de Montero.

Continuará…

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