EL ROSTRO HUMANO DE LA DEBACLE

Mi amigo Eddie está bien encojonao. Se acaba de enterar de que la corporación pública en la que tiene un puesto de confianza es una de las que cerrará a partir del lunes. Como verán, no hace ni tres meses que Eddie, que tiene 29, se mudó finalmente de casa de sus padres. Se compró un apartamento de un cuarto en el Monte Norte por el que paga $950 al mes. Para más o menos la misma fecha, se compró un Mini Cooper, por el que paga $550 al mes. A eso súmele los $1,000 al mes que paga por sus préstamos estudiantiles (Eddie tiene un MBA de Stanford), los “happy hours” en Barú, los “suits” de Armani Xchange y los “power lunches” en el Banker’s Club y entenderá por qué Eddie está tan desesperado. “Mano, si no cobro, me jodo”, me dice por teléfono, azorado. Para acabar de joderse, por ahí se acerca el cumpleaños de Bibi, su novia de 23 años, una ninfómana con cuerpo de diosa que sólo está con Eddie por su Mini Cooper y American Express Gold. “A mala hora le dije que la iba a llevar a Nueva York para su cumpleaños”, dice frustrado. Así las cosas, mi amigo se corre el riesgo de terminar el año fiscal a pie, en la calle y sin nadie que le dé cariño. Todo por culpa de la debacle.