jueves, octubre 13, 2005

LAS INSOLITAS Y SOBRENARRADAS AVENTURAS DE SUSANA HORIA

Por ella misma, Susana Horia

¿Qué puedo decir? Estoy juqueá. Como tecata mala. Desde hace cuatro días que casi no me levanto de la cama. Lo primero que hago, luego de bostezar y de prepararme un café, es meterme nuevamente entre las sábanas, abrazar el control remoto así como abrazaba antes al-lunático-de-ojos-bonitos-que-me-dejó-un-día-cualquiera-y-sin-aviso, oprimo la tecla “play” de mi DVD. Y ahí aparecen, mis cuatro nuevas mejores amigas de infancia. Las cuatro mosqueteras del suburbio. Las Desperate Housewives. Avisé en la revista que tenía algo parecido a la neumonía, y después corregí el diagnóstico porque descubrí que ésa es una enfermedad grave. Resfrío profundo, fue mi nueva sentencia. Y sin culpa alguna, me he pasado los últimos días macerándome en mis propios humores, cosida literalmente a la pantalla de mi televisor. Yo soy una de esas. Idéntica. De pronto oscilo entre la latina cachonda y la cara de gripe, como bauticé a la protagonista. La operaron mal a esa pobre muchacha, y la nariz le quedó tan delgada como un cuchillo para cortar queso, y siempre tiene cara de estar a punto de estornudar. Pero me siento como ella. Y como la latina, ya lo dije. Soy la mezcla perfecta de ambas. Lo que me convierte en una desesperada al cuadrado. Desesperada soy, y a mucha honra, me repito a mí misma cada vez que termino un capítulo y juego a amenazarme que ese fue el último del día. Anoche soñé con el sicópata-de-Miami, yo creo que fue por la sobredosis de mujeres histéricas que llenan mi televisor. Nos conocimos en una fiesta, en plena Collins Avenue. Yo me hice la coqueta hasta que me dolieron las mandíbulas de tanto fruncir la boca (idéntica a la Eva Longoria, la sexy cuchicuchi de la serie). Él me comentó que era artista, que le gustaba escribir. A mí me pareció que tener un novio intelectual era lo mejor que me podía pasar. Corrí a una librería y me gasté una pequeña fortuna en libros que el vendedor clasificó como clásicos e indispensables. Qué mejor regalo para un escritor que una incipiente biblioteca. Esa misma noche el-sicópata-de-Miami anunció visita a mi departamento donde yo estaba alojando. Y llegó, el cretino. Bello. Enigmático y distante, como me gustan a mí, hija del maltrato al fin y al cabo. Traía un canasto con una botella de vino blanco, dos copas, muchos quesos y almendras. Un artista. Un dios del escenario. Un sicópata, al fin y al cabo. Desplegó sus adminículos mientras yo flotaba entre la cocina y la sala, trayendo sacacorchos y velas aromáticas y bajando luces y subiendo el volumen de algún CD apropiado (idéntica a Tery Hatcher, la cara de gripe/payasa de la serie). Brindamos, nos miramos a los ojos, yo tragaba y tragaba vino envalentonándome para el siguiente paso. Y cuando la cosa estaba que ardía y lo siguiente era preguntarle si tenía un revólver en su bolsillo o sólo estaba contento de verme, él me dijo que se tenía que ir, que tenía una cita con una amiga argentina. Amiga no, corrigió. Una fuck buddy. Así me lo dijo. Sin anestesia. Igualito como le pasa a Susan en la serie, que le va pésimo con el plomero guapito que es tan mal actor. Era una escena perfecta, sólo faltaba el remate musical y mi cara congelada en la pantalla, anunciando que el capítulo había llegado a su fin. Aquí voy, chicas. Háganme un espacio en su mundo artificial que soy una más de ustedes. Estoy desesperada, aunque no sea una dueña de casa. Yo rento. Pero al final del día, eso es la misma cosa.

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