martes, julio 18, 2006

ANITA EN EL VIEJO MUNDO 2

2da entrega: La niñita de Atocha

Salí con la cara de aturdido que uno tiene cuando sale del cine, como en Babia. Y no reconocí a nadie, muchos letreritos y nada de Samantha, mi amiga de acá, que estudia en Madrid hace unos seis meses. Caminé un poco y Samantha a la vista. Abrazo y grito chillón. Todo el mundo mira. Luego al taxi. Hombre malhumorado. Agarra la maleta que pesaba un quintal con una cara de estreñimiento espantosa. Sam da las instrucciones y andando pues. Las calles de Madrid por las que me tocó pasar me parecieron amplias, cómodas y de colores tímidos. Pero, bah, poco se puede ver cuando se anda mirando todo con ojos de pescado muerto. El que mucho abarca poco aprieta, así que de pronto no ví casi nada. Sam, me llevó a la estación del tren donde ocurrieron los bombazos. Entre cargar la maletota, la laptop, la mochila y la cabeza virada… No acabé de registrar que estaba allí, en Atocha Renfe. Lo más lejos de casa que he estado en mi vida. Mi comiquísima amiga Samantha me había pedido uno que otro dulce típico y decidí darle tal misión a papá. Claro que el Monchín, compró $16.00 en dulces típicos, así que imagínate el dulcero en la maleta. Nada, que le entregué todo a Sam y me fui solita con todo y reguero de cosas a buscar el tren. ¡Ah! Hice mi primera compra en euros, un boleto a Toledo. Para ese momento el euro me parecía hermoso, es como jugar monopolio en serio, que chévere, la la la, tonta yo. Esperé unos minutos y llamaron. Gracias a mi cara de perdida, un hombre me explicó que andaba en el lado contrario, y me monté en el tren correcto. Suerte, pues. Por más que traté de mantenerme despierta para seguir mirando las calles vírgenes de letreros, no pude. Eduardo seguía causando estragos en mi viaje, pues su tarareo y pestilencia no me dejaron dormir, y acabé hecha una leña en el tren. Fue de lo más emocionante, parecía uno de esos trenes que ve uno en las películas, en los que la muchacha se va en el tren y el muchacho se queda corriendo porque llegó tarde a buscarla. A mi nadie me esperaba en el tren. El que me espera está en casa. Donde él esté es casa. Bueno, pero paro, antes de entrar en el M.M. (melancólica mode). La cosa es que llegué a Toledo en 35 minutos exactos. Allí me bajé con el maletón y los tereques y me agarré el primer taxi. Con la extraña suerte de que lo conducía una muchacha joven y flaquita, razón por la cual, entre las dos, nos tuvimos que echar encima el consabido equipaje. Claro que lo que he denominado la maldición eduardina no acabó ahí. Así que, por supuesto, para la calle que iba no había paso, así que la chica me dejó sola con maletotas en un desconocido lugar y me dijo: “sigue por ahí y llegas, ya verás”. Eso de las direcciones chuecas está en todas partes. Con tan excelente dirección, me sentí tan perdida como niña en escuela nueva. Ahora la que tenía cara de estreñimiento era yo. Nada, que caminé con el reperpero de cosas por unas calles de piedra, tan cómodas como tacones altos en la playa. Caminé y caminé hasta que conseguí preguntarle a par de personas que –con cara de pobre de ésta- me indicaron el camino. Samantha tenía razón; jamás imaginé que al final de un callejón estrechito estaría la que será mi casa en este mes. Un caballero que salió de la nada me ayudó por las escaleras hasta que por fin llegué a esa puerta de madera. Me dieron mi cuarto, el 19 A y llegué, al fin… Dejé todo y salí como loca a caminar. El aire estaba fresco, parecía aire acondicionado. Casi nada era de plástico.

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

genial... queremos más. Ojalá que la maldición Eduardina no dure mucho más.

9:37 a.m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Tio Plop, suena a viejo, no? Si.
Anita es espontánea, aunque lo escriba a propósito y muy pensado, refrescante, honesta (fíjate que no digo cándida porque tiene un no se que medio peyorativo y no me gusta), comunica bien, me gusta. Que siga.
Pero, no te nos escondas detrás de la sobrina para no terminar la prometida bioblog.

7:43 a.m.  

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