jueves, noviembre 10, 2005

ENTRE LA ESPADA Y LA PARED, PT. 1

Los que me conocen ya conocen esta historia:

Una actriz y modelo puertorriqueña, una de ésas que alguna vez “actuó” en una telenovela –cuando todavía se producían en Puerto Rico– nos invita, a un amigo y a mí, a su fiesta de cumpleaños en su academia de modelaje y actuación.

Que yo sepa, ella no es mi “amiga”; tampoco lo es de mi amigo; es sólo una conocida con la que ambos trabajamos en un proyecto que no aparece en mi resumé –con eso lo digo todo. Por qué nos invitó a su cumpleaños es “anyone’s guess”.

Pero eso no es todo. La actriz y modelo le mencionó a mi amigo algo de que iba a aprovechar la ocasión para presentar un nuevo proyecto en el que estaba involucrada, bla, bla, bla. A mí esto me sonó bastante sospechoso. Y hasta le dije a mi amigo que yo tenía mejores formas de pasar un martes por la noche.

El martes por la noche llegó y no tenía nada que hacer. Llamé a mi amigo y le pregunté si tenía planes de ir al cumpleaños de la actriz y modelo, y me dijo que sí, que ella había hablado de trabajo y las cosas no están muy buenas que digamos en ese departamento. “Te encuentro allá", le dije antes de enganchar.

Por qué fuiste, me preguntarán. Honestamente, fui por dos razones: (1) porque soy un morboso de mierda, y (2) porque supuse que allí habría más actrices y modelos –they travel in herds.

Llego al lugar. Subo unas escaleras y rápido me encuentro a la cumpleañera que me saluda efusivamente. Le pregunto si ya llegó mi amigo, y ella me dice que sí, que me está esperando en el salón con el resto de la gente.

Camino hasta el salón, abro la puerta y esto es lo que veo: un grupo de personas sentadas –no muchas todavía–, esperando a que empiece “algo”. Hay una mesa y, sobre ella, una laptop conectada a un proyector. Lo que sea que va a pasar incluye una presentación de PowerPoint. Es en ese momento que me doy cuenta de que he caído en una trampa. Estoy en una de esas reuniones que hacen para meter a la gente en redes de mercadeo y negocios piramidales.

La cara de mi amigo vale un millón de pesos. “Te lo dije”, le digo telepáticamente desde la puerta. Entonces, escaneo el salón para ver quién más está aquí. Reconozco a un loco con el que trabajé en "otro" proyecto hace par de años. Pero él no es la única persona conocida. También reconozco la cara del que –entendí en ese momento– estará a cargo de la presentación: un tal Sr. Pérez.

Continuará.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Who want's to travel anyone? Conozco a alguien que le vinieron con ese mismo pezcao'.

8:41 a.m.  

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