STRANGER THAN FICTION
Ofrezco la siguiente anécdota, no como una condena, tampoco como una burla, sino como una sugerencia a las mujeres. Por favor, eviten este tipo de comportamiento.
El año pasado tuve que ir a Ponce, por razones de trabajo, cinco veces en un mes. Como parte de dichos viajes a la Perla del Sur, tuve un one-night stand con una miembro del gabinete municipal. La cosa se dio de la siguiente manera: un día la conocí, otro día almorcé con ella y otro día me acosté con ella. Sobre la chica puedo decir que estaba en sus “early 30s”, se había divorciado par de años antes y era madre de un niño. Provenía de una de esas familias católicas apostólicas y romanas de Ponce (de esas que invitan al cura a cenar a la casa), pero tras su divorcio se había revelado contra la iglesia. Su película favorita era none other que Under the Tuscan Sun. Con eso lo digo todo. Pues bien, ¿qué me atrajo de ella? Buena pregunta. Supongo que una mezcla de dos cosas: falta de sexo (para esa época estaba en un slump) y morbo (quería saber cómo era estar con una ponceña de Ponce; sé que esto parece una redundancia, pero no lo es: existen ponceñas de San Juan, yo salí con una, pero ése es otro post.) Sigamos. La noche que me acosté con ella empezó como una simple ronda de tragos después del trabajo en el Chilli’s de Ponce (que aparentemente es el centro de comando de la yuppiecería ponceña). Confiado en que iba a anotar un gol jugando fuera de casa esa noche, decidí jugar la carta de la ambigüedad sexual. En algún momento, ella mencionó que en las afueras de Ponce había un club gay y yo le propuse que fuéramos. Ella primero no supo qué pensar, pero al ver que yo lo decía en serio (NOT!) mencionó que, si íbamos a ir, antes tendría que ir a su casa a cambiarse (I was on top of my game). A nuestra salida de Chili’s, tuvimos el siguiente diálogo en el parking.
Ella: ¿De verdad vamos a ir al sitio gay?
Yo: Bueno, no sé, dime tú.
Ella: ¿Qué tu quieres hacer?
Yo: Te voy a ser bien sincero. (Le planto un beso) Eso es lo que yo quiero hacer.
Ella: Mira, tú me caes bien. Yo me prometí a mi misma que no me iba a acostar contigo tan rápido. (Por mi madre que dijo eso)
Yo: Ehhh… Bueno, pues vamos a tú casa para que te cambies.
Llegamos a los walk-ups donde vive, entramos por la puerta y en menos de un minuto ya estamos grajeándonos. Se da entonces el siguiente diálogo:
Ella: Tu y yo no nos vamos a acostar esta noche.
Yo: ¿Y por qué no?
Ella: Porque tú no tienes condones, y no vamos a hacerlo sin condón.
Yo: Hmmm. Y qué pasaría si tuviera.
Ella: Déjate de cosas que tú no tienes.
Acto seguido, me meto la mano en el bolsillo, saco una ristra de dos o tres condones y se los pongo entre las tetas. No recuerdo qué fue lo que dijo, pero su reacción fue de resignación. Digo esto porque lo próximo que hizo fue dirigirme a su cuarto. Una vez en la habitación, me anuncia que antes de que pase cualquier otra cosa, se va a bañar. Yo me quedo en su cama viendo Cartoon Network. Al rato sale del baño vestida con un baby doll azul celeste que probablemente mandó a pedir a Victoria’s Secret. Éste fue su primer cambio de ropa. Se mete a la cama y comenzamos lo que se supone que sea foreplay. En algún momento, me muevo en la dirección del cunnilingus, pero ella rechaza la oferta. Luego, algo pasa que ella entiende que ahora me estoy moviendo en la dirección del fellatio, y me dice: “Yo no te lo voy a mamar, yo casi no te conozco.” Alucinante, pero genial, pienso yo. Así las cosas, no nos queda otra que ir directo al coito. De esa parte, sólo diré que lo que sucedió fue el sexo más mediocre que he tenido en mi vida (all three minutes of it!!!). A los tres minutos, ella se vino (o fingió que se vino) y ya. Game over. Yo estaba bruto. Ella entonces sale de la cama y empieza a buscar ropa para dormir. Éste será su segundo cambio de ropa de la noche. Yo seguía en la cama, todavía en shock, y es en ese momento que la veo abrir una gaveta de su gavetero y sacar un bolsita zip-lock. Al ver mi cara de duda, me dice: “Sí, así como lo ves, yo guardo mis panties en bolsitas zip-lock individuales.” Eh, ¿por qué? “Yo no quiero meter la mano en la gaveta y con una uña rasgar unos panties que me costaron $45.” Uff. No me fui de allí corriendo porque no tenía ganas de guiar una hora y cuarto hacia San Juan a esas horas de la noche. Así que me dormí y le pedí al dios en que no creo, que por favor me protegiera de la psycho que iba a dormir a mi lado. A la mañana siguiente, me desperté y vi que ella ya se había levantado. Salí y me di cuenta de que se había cambiado una vez más (tercer cambio de ropa). Yo le acepté un café, luego me despedí y me fui casi volando. No podía esperar llegar a San Juan y demostrarle a mis amigos y amigas que, efectivamente, truth is stranger than fiction.
2 Comentarios:
Apreciada Lucy: No sé si lo de la Ponceña de San Juan dé para un buen post. Es una historia demasiado larga y no muy blog-friendly que digamos. Pero sobre el asunto de los panties, debo decir que no tengo problemas con que la gente guarde sus panties en bolsitas o que guarde los cubiertos dentro de la nevera. Pero el detalle le añade color a lo que de por sí es una historia bastante pintoresca. Quizás en el Mimbre pudieran hacer un inventario de pequeñas manías domésticas.
Yo espero que la tipa no lea este post y le dé por suicidarse porque es kitsch y mala en la cama.
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