lunes, febrero 13, 2006

CON ROMERO EN URDIN


Un comentario de S. me ha recordado mi encuentro con Romero Barceló en el baño del restaurante Urdín, en el Condado. Pasó un viernes por la tarde. Estaba allí para una reunión informal de trabajo con dos amigos (uno de ellos nos citó a los otros dos allí). Tras varios vodka tonics, no me quedó otra que visitar el baño. Entro y rápido veo a Carlos Romero Barceló trasteando con su celular. Yo me pasmé, pero decidí seguir como si nada hubiera pasado. Asumo mi posición frente al urinal y empiezo a hacer lo mío. Mientras tanto, Romero le explica a la persona al otro lado de la línea que está en Urdín, dándose unos “drinks”. Yo asumí que hablaba con Kate pues hablaba con ese tonito de aquí no ha pasado nada que solemos usar los hombres en ese tipo de situación. Termina la llamada más o menos a la misma vez que yo termino mi faena urinaria. Todavía no me he subido el zipper cuando el Caballo se siente en la necesidad de explicarme que el baño de Urdín es el mejor lugar desde donde hablar por teléfono no porque allí haya mejor señal sino porque allí uno no tiene que competir con la gritería de las mujeres. Lo único que se me ocurrió hacer fue asentir con una leve risa nerviosa. Entonces, salí del baño. Una vez afuera, me arrepentí de no haberle montado conversación o haberlo invitado a un vodka tonic. Si lo hubiera hecho, este post sería más largo. La próxima vez pensaré más en mi blog y menos en mi self-image.

EL LLAVERO DEL HIRSUTO


Me costó cuatro o cinco pesos. Lo compré el año pasado en el pulguero de Frankie, el que está en la calle San Francisco, al lado de la Plaza Colón, en el Viejo San Juan. Sólo si se mira de cerca se sabrá que se trata de una pose kitsch.

domingo, febrero 12, 2006

SELF-PORTRAIT DE LA INSULA


La redacción de La Insula, en todo su esplendor.

viernes, febrero 10, 2006

INVITACION AL POLVO


En donde el hirsuto le hace caso a un lector y se divierte haciendo una taxonomía de las relaciones sexuales en base a su limitada experiencia.

Soy un taxónomo frustrado. Es como único puedo explicar mi obsesión de estar clasificando todo. Un lector me ha pedido que clasifique mi experiencias sexuales y yo, que soy un blogger generoso, he decidido complacerlo. Procedo a clasificar mis experiencias sexuales.

El polvo amoroso

Según pasa el tiempo y aumenta el sentido de comodidad y confianza entre las partes se pone mejor. Es el sexo que tenemos con nuestras parejas de verdad, las que queremos o amamos y por supuesto deseamos. Cabe recordar esa cita de Woody Allen que dice que “el sexo con amor es lo mejor del mundo, pero el sexo sin amor viene justo después.”

El polvo turístico

Parte integral de la experiencia turística es probar la carne del país que uno está visitando. Este tipo de polvo suele ser cómplice del polvo adúltero, ya que en la mente de sobre todo los hombres, la fidelidad no aplica fuera del código de área.

El polvo adúltero

El polvo adultero no es cualquier polvo extramarital. Es el que ocurre a lo largo de un período considerable de tiempo. Su logística es complicada, sobre todo si las dos partes están casadas. Este sentido de aventura es parte de su gracia, así como la oportunidad de vivir una doble vida.

El polvo amistoso o de exhibición

Lo he llamado de esa manera porque lo comparo con esos partidos amistosos o de exhibición que suelen darse entre los equipos de tal o cual liga deportiva profesional. Contrario a los juegos oficiales, cuyos resultados se reflejan en el “overall standing”, en estos juegos amistosos nunca hay nada en juego. Es decir, el propósito es foguear y entretenerse. Lo mismo pasa en el polvo amistoso. Éste es el tipo de polvo que se tiene con un o una fuck friend, pero también con un o una expareja con la que nos hemos mantenido de “amigo”. Por ser un polvo sumamente lúdico y no envolver compromiso, suele ser delicioso y, en el caso de las exparejas, hasta muy cariñoso.

El polvo de consolación

Este polvo es primo hermano del mercy fuck. Suele pasar de la siguiente manera. Persona A le gusta a persona B. Pero a B no le gusta A. Sin embargo, B se siente halagado por el interés de A. O siente que A se merece un premio de consolación por su esfuerzo. A veces, B lo usa casi como si fuera una audición. El nivel de disfrute varía según las circunstancias y los individuos.

El polvo del “qué remedio… para que no me jodas más”

El polvo anterior no debe confundirse con éste, por más que se parezcan. La diferencia es que, en éste, B se acuesta con A como una manera de sacárselo de encima. Suele ser una experiencia bastante vacía y hasta desagradable, para ambos.

El polvo “under the influence”

Ay, el alcohol. La siguiente escena es verídica e ilustrativa:

Interior. Cuarto Fulana. Mañana de un sábado. Las ventanas están cerradas, el aire acondicionado está prendido, varios gatos merodean por el cuarto, en la cama dos cuerpos están despertándose.

Ella: ¿Te puedo hacer una pregunta?
El: Sí
Ella: ¿Nosotros follamos?
El: No.
Ella: Entonces, ¿por qué estamos desnudos?
El: Tratamos de “follar”, pero estábamos tan jodíos que no pudimos hacer nada.
Ella: Oh… (cambiando el tema) ¿Mi hermano no llegó anoche?
El: Estaba durmiendo en el sofá de la sala cuando llegamos.
Ella: Oh.
El: Bueno, yo me voy.
Ella: Espero que no pienses mal de mí.
El: (claramente mintiendo) ¡Por Dios! Claro que no.

Nota: la chica es una puertorriqueña que vivió par de años en España, de ahí que use el verbo follar.

El polvo desesperado

En mi caso, creo que es tres meses. Hablo de ese umbral a partir del cual estoy oficialmente trepando paredes. Una vez se entra en ese estado de hambruna sexual, todo es posible: all bets are off. Uno pierde noción de cualquier estándar estético y esto hace que uno termine acostándose con personas con las que normalmente no lo haría. Este es el tipo de polvo del cual uno se arrepiente. Suele dejar un sinsabor.

El polvo de despedida (o break-up sex)

Se habla mucho del make-up sex. Para mí, la forma más sublime de make-up sex es el break-up sex. Éste es el polvo que se tiene justo antes, durante o justo después el momento de la separación. He tenido break-up sex sólo una vez. Fue sensacional. Fácilmente, una, si no la mejor, experiencia sexual que he tenido en mi vida. Creo que la gracia de este polvo está en que cada una de las partes quiere demostrarle a la otra de lo que se va estar perdiendo.

Esta lista no pretende ser exhaustiva. Invito a los lectores a que la complementen.

Foto: "Claudya con guantes" (1987), de Bettina Rheims.

martes, febrero 07, 2006

OUT EN PRIMERA


En donde el hirsuto habla de su expedición matutina a Univision Puerto Rico y del extraño suceso que allí ocurrió

El reloj despertador sonó a las 6:15 a.m. (en realidad, las 5:45 a.m., pues mi reloj despertador está treinta minutos adelantado, estrategia que uso para burlar mi cerebro y hacerle creer que estoy tarde para lo que sea que tengo que hacer). Como todas las mañanas me desperté con Alfa Rock (¿o es Radio Universidad?). S. odia mi despertador. Creo que, más que el radio, odia el hecho de que yo le doy a botón de snooze, lo que significa que el rude awakening se repetirá cada diez minutos por la próxima hora y media. Trato de no poner la alarma de mi despertador cuando S. duerme en mi casa. Pero a veces es inevitable. El caso es que hoy S. no estaba ni yo podía darme el lujo de darle diez veces al botón de snooze. Hoy sólo le dí una vez. Salí de la cama a las 5:55 a.m. En menos de diez minutos, me vestí, me di un lavado de cara, me eché gotas en los ojos y bajé al lobby de mi edificio a esperar que un amigo me viniera a buscar. A las 6:10 a.m. ya íbamos de camino por la Avenida Las Cumbres camino a la nuevas facilidades de Univisión Puerto Rico en Guaynabo City. Este amigo mío está en plena promoción de su nueva novela y S. y yo lo hemos estado ayudando con las gestiones de prensa. Esta mañana lo acompañé a su entrevista en el programa Tu mañana de Las Noticias Univisión. Todavía era de noche cuando llegamos a las facilidades de lo que nunca fue The School of Fine Arts de Guaynabo City, hoy día la nueva sede de Univisión. El edificio todavía tiene la monumental rotulación que lo identifica como escuela de bellas artes. Nos estacionamos en un parking multipiso que queda detrás del edificio y un guardia nos llevó en una minivan hasta la entrada. Los estudios de Las Noticias están en el primer piso, a mano izquierda cuando uno sale del elevador. Le entregamos copia de la novela a Karen Cintrón y esperamos en lo que se supone que es un vestíbulo (el área de los ascensores, realmente) a que llegara el asistente de producción que llevaría mi amigo a la maquillista. Para llegar a maquillaje hay que entrar al estudio y pasarle por el lado al “Buró del Tiempo” (en una de las computadoras, Susan Soltero trasteaba con una gráfica meteorológica) y del escritorio de los anclas (desde donde Nuria Sebazo y Elwood Cruz felicitaban gente que cumple año hoy). Es entonces que me percato de la presencia en el estudio de una cara conocida, la protagonista de una de mis historias de horror sexual. Se lo comenté a mi amigo cuando regresamos al área de espera. Allí, mientras esperábamos que llegara el momento de su entrevista con Karen Cintrón, cuyos ojos son de mentira (quise decir el color de sus ojos, no sus ojos como tales; eso sí que sería freaky), le conté la historia de mi encuentro con aquella chica que hoy también estuvo de invitada en Tu Mañana .

La conocí un día que visité el set de una película que produjo un amigo. Ella estaba en una esquina repasando sus líneas, que eran bien pocas. Se notaba que estaba bien nerviosa. En algún momento, se paró muy cerca de donde yo estaba y le dije que no estuviera nerviosa, que todo iba a estar bien. Las mujeres se sorprenden cada vez que un hombre les “lee la mente.” Eso fue lo único que pasó ese día. Volví a visitar el set, en parte porque quería rapearme a la chica. El tercer día que la vi, le propuse que saliéramos un día a tomarnos algo. A ella parece que no le molestó la idea y me dio su teléfono. Salimos finalmente un viernes. Par de margaritas fueron suficientes para que ella aceptara ir a mi apartamento. De más está decir que esto lo tomé como una muy buena señal. Nos acomodamos en el Sick Little Sofa (así es cómo S. le dice al sofá de mi apartamento) y en cuestión de minutos ya estábamos en primera base. De cierta manera, lo que estaba pasando era demasiado bueno para ser verdad. En algún momento tenía que joderse. Se jodió poco después de llegar a primera. A partir de ese momento fui testigo de una de las demostraciones más contundentes de histeria femenina que he visto en mi vida. ¡Quiero, pero no quiero, ad infinitud! Cuando la temperatura llegaba a cierto punto, ella cortaba. Luego volvía para encima. En el interim, decía cosas como: esto está bien rico, pero está mal (esto lo repitió varias veces). Yo estaba camino a brutolandia. Cuando vio qué insistía, me reveló que ella estaba saliendo con alguien y que esta noche había dejado plantao al otro para salir conmigo. ¿Se supone que cogiera eso como un cumplido, una amenaza, un arranque de vanidad o qué? Este tirijala tiene que haber durado casi una hora. Finalmente, cuando ella vio que estaba a punto de darme por vencido, me pregunto: ¿qué tú quieres hacer conmigo? Yo, que para esa época estaba en las de ser brutalmente honesto (¿o será honestamente bruto?) le dije con toda sinceridad: A mí me gustaría pensar que en algún momento nos vamos a acostar. A lo que ella respondíó: Pues estas jodío. Eso no va a pasar. Acto seguido me paré, agarré las llaves, la miré y le dije: ¿Pues te llevo a tu casa?

Esa es la historia. Se la conté a mi amigo casi frente a la entrada del estudio de Las Noticias. Apenas puse punto final al cuento, salió del estudio la susodicha. Era inevitable que me viera. La saludé con una expresión de la cara. Ella hizo lo mismo. Luego me dijo: ¿Yo te conozco de alguna parte?

lunes, febrero 06, 2006

CANTO DE PIZZA


En donde el hirsuto rememora toda la pizza que se ha comido en su vida y reflexiona sobre el estado actual de dicha comida en la ínsula

En el principio fue el Happy Ranch, la pizzería que todavía está en el sector conocido como el Cinco, muy cerca de donde ahora está la estación de Cupey del Tren Urbano y donde antes estuvo el supermercado Más. A esa pizzería íba cada vez que mi equipo de baloncesto en la liga infantil de Bucaplaa, ganaba un juego importante. Después vino Sbarro, especialmente el de La Terraza de Plaza Las Américas. ¡Cuántas noches de semana de mi infancia fui a cenar allí con mi familia! A veces en Sbarro te daban un pedazo extra gratis por aquello de hacerle espacio a la pizza que acababan de sacar del horno. Mientras hacía la fila, miraba las pizzas con la esperanza de que me tocara ese canto extra. Era un glotón. ¡Qué preadolescente no lo es con su comida favorita. Llegué a comerme, de una sentada, hasta tres inmensos pedazos de Sbarro. Fui uno de esos niños que se empeñan en sólo comer una o dos cosas, casi siempre de fast food. En mi caso, cheeseburguers doble carne de Burger King (solía pedir dos) y los pedazos de pizza de queso de Sbarro. ¡A veces me sorprendo de que tenga tan buena salud! La cantidad de basura que he comido en mi vida es impresionante. Los cheeseburguers fueron desapareciendo de mi dieta; la pizza no. He llegado a pensar que la combinación de queso y pan es tan adictiva como la nicotina, por lo menos para mí.

Del 96 al 98 viví en Nueva York, la capital de la pizza. Vivía en el complejo de edificio que queda justo detrás de la biblioteca de NYU en la calle 3. Para llegar a mí casa en Subway, lo mejor era bajarme en la parada de West 4th. Salía por la salida sur y caminaba cuatro bloques hasta llegar a mi apartamento en el tercer piso del Washington Square Village. En uno de esos bloques, si mal no recuerdo el que hace esquina con la calle MacDougal, estaba Ben’s Pizzería. Allí paraba cuando iba para algún sitio y no había comido y cuando regresaba de janguear y necesitaba algo con que atemperar la nota. Las pizzas de Ben’s son sustanciosas; amplias y con una capa gruesa de un queso mozzarella muy particular. No obstante, la pizza niuyorquina par excellence no es la de Ben’s sino la de Ray’s, una franquicia de pizzerías con lo que parecen ser cientos de sucursales en Manhattan. La pizza de Ray’s es relativamente finita, grasosa (esto es esencial), su masa debe estar levemente tostada y, por alguna razón, la sirven bieeeeen caliente. Uno de los misterios más grandes de Nueva York es cómo hacen para que todas las pizzas de Ray’s sepan iguales. Alguna fórmula secreta deben de tener. Lo interesante del caso es que esta fórmula secreta hoy día está en mano de inmigrantes mexicanos que son los que a fin de cuentas hacen estas pizzas tan niuyorquinas como los Yankees.

En Puerto Rico, no hay tanta cultura pizzera. Prueba de ello es que aquí apenas tenemos un estilo propio de hacer pizzas. No es cómo, por ejemplo, en Argentina o Brasil cuyas pizzas son muy distintivas. La pizza que se come aquí es una imitación de la que se come en Estados Unidos, es decir, la de Sbarro, Pizza Hut. Domino’s, etc.

¿Dónde se come la mejor pizza en Puerto Rico? La respuesta a esta pregunta es cuestión de gustos. Todo depende del tipo de pizza que uno quiera comer.

1. La pizza gourmet

En esta categoría, los argentinos son los reyes. Cuando quiero comerme una pizza sabrosa y elaborada voy a uno de dos sitios: Danny’s en el Condado o Juan Pan Pizza en la Roosevelt. Hay quienes le rinden pleitesía a la Vía Apia, pero yo no soy uno de ellos. Ese tipo de pizza rústica me aburre y, peor, me deja con hambre. Lo mismo me pasa con la de Magno. Casi igual de over-rated está la de Pizzaiolo, la cual resulta exótica sólo la primera vez que uno se la come. Yo voy a Pizzaiolo pero no por las pizzas, sino por las caipirinhas y los vídeos del carnaval.

2. La pizza de gasolinera

Dicen los sanjuaneros que la mejor pizza del Viejo San Juan está realmente en Puerta de Tierra, específicamente en el Esso Food Shop de ese sector.

3. La pizza de mala muerte

Hace unos años, en medio de una filmación en Bayamón, dio la hora trece, lo que en una filmación significa la hora del second meal. Era lunes a las 11:00 p.m. Me tocó a mí, como productor, buscarle comida a los técnicos. Fui de Bayamón a, dónde más, Pizza City en Isla Verde. Es dónde único se me ocurrió que podía encontrar comida para 20 personas un lunes a esa hora. La pizza de Pizza City es decente. Su función es precisamente resolver a altas horas de la noche. En cualquier momento allí se puede formar un tiroteo, pero creo que ese es parte de su allure. Una que cae en esta categoría, pero a la que no voy ni aunque me paguen es Fancy Pizza, la que queda cerca del San Juan Health Centre en la Ave. De Diego. El problema que tengo con Fancy no es sólo que la tristeza de sus pizzas, sino el hecho de que ahí es que janguean los músicos de la Orquesta Sinfónica, una fauna bastante freaky.

4. La pizza suburbana

Faccio Pizza es una institución de Cupey. Su pizza no se parece a ninguna otra en Puerto Rico. Es rica, aunque un poco empalagosa (¡qué pizza no lo es!). Se distingue por una masa entre fina y gruesa, robusta pero flexible, cubierta con una capa discreta de salsa de tomate y un queso que sabe cómo derretirse.

5. La pizza de barrio ¿fino?

Cuando estaba en cuarto año de escuela superior, mis compañeros que tenían carro iban, en la hora de almuerzo a uno de dos sitios, a jugar billar en El Criollo o a comer calzones en el Marcano’s Pizza de Las Lomas, barrio donde se crió Daddy Yankee. Los calzones de Marcano’s son hasta el día de hoy los más grandes que he visto en mi vida. Y deben costar como cinco pesos.

6. The Guaynabo Pizza

Hace par de meses, fui por primera vez a Shirley’s Pizza, la pizzería que queda casi a la entrada de Buchanan y que tiene fama de ser la pizzería favorita de los guaynabitos. La pizza es decente, pero no espectacular. Eso sí: la cerveza estaba bien fría.

7. La pizza delivery

Las pizzas de Domino’s y Pizza Hut tienen sus encantos, sobretodo si vienen con un padrino de Coca Cola. Pero yo prefiero la de Papa John’s.

¿Cuál de todas estas es la que más me gusta? Tengo que decir que soy un adicto a Danny’s en el Condado. Y eso que odio el Condado, el Chelsea boricua. Sobre Danny’s puedo decir que su cuerpo de meseros es bien freaky. Es una mezcla de boricuas queers y pibes acabados de bajar del avión, con esa cara de “¿qué carajo hago yo en esta mierda de isla?” que tienen todos los argentinos que han llegado a Puerto Rico durante los últimos cinco años. Soy el primero en quejarme de la plaga de argentinos que se vive en este país, pero en el fondo me dan pena. No les quedó más remedio que irse de una ciudad bien gufeá y ahora lo único que hacen es trabajar para hacer dinero que luego le envían a sus familias.

Y usted, amigo lector, ¿qué tiene que decir sobre el estado de la pizza en la ínsula?

miércoles, febrero 01, 2006

JAMON, QUESO Y HUEVO


Cuando me mudé de casa de mis padres, me fui a vivir con un amigo a un segundo piso en la Urbanización El Vedado. Traté de cocinarme desayuno, pero no duré mucho. Pronto empecé a desayunar en panaderías. Eso me llevó a hacer un estudio informal de las panaderías en el área metropolitana. Llegué a tener un sistema de ranking. Las categorías eran las siguientes:

1. Calidad del sandwish (en mi caso, de jamón, queso y huevo)
2. Calidad del café
3. Precio
4. Servicio
5. Ambiente
6. Disponibilidad del periódico
7. Acceso/parking

Las panaderías que recuerdo haber visitado como parte de mi estudio fueron:

1. El Fortín de Felipe (en la Ave. Roosevelt, la más cerca que me quedaba)
2. Kasalta
3. La Península (en la 65 de Infantería)
4. La Viña
5. La Ceiba

De estas cinco, la mejor all-around fue La Península. Es barata, la calidad del sandwish y el café es buena, el periódico suele estar disponible, el servicio y el ambiente son decentes, casi siempre hay parking.

El scorecard de Kasalta fue el más loco de todos:

Sandwish: Muy bueno
Café: Bueno
Precio: Carísimo
Servicio: Malísimo
Ambiente: ecléctico, medio freaky, pero chévere después de todo
Periódico: se acaba rápido
Parking: casi siempre un lío

Ahora que vivo en Cupey, frecuento tres panaderías:

1. Panadería El Señorial
2. Moncho Pan
3. Facciola

La panadería El Señorial sería ideal si no fue porque está en la misma esquina de la calle Paraná y la Ave. Winston Churchill, lo cual dificulta un poco el acceso a ella. Esta panadería es un buen ejemplo de lo que para mí es buen servicio. El dueño mandaba a preparar el sandwish de jamón, queso y huevo tan pronto me veía entrar por la puerta. De las dos panaderías que hay en la Winston Churchil, ésta es la opción proletaria. El almuerzo es ridículamente barato. Al mediodía se llena de empleados de fuentes fluviales.

La opción más bohemian bourgeouis es Moncho Pan, que queda más o menos a la mitad de la Winston Churchill. Definitivamente, es más cozy que la otra. Pero el servicio es flojo. A la que coge las órdenes le tomó casi dos meses darse cuenta de que yo siempre pedía lo mismo. Eso no es aceptable. Un problema que tiene es que el periódico se acaba temprano.

Últimamente, me ha dado por ir a Facciola, que es como que la madre de las panaderías en Cupey. Me gusta el vibe del lugar. Me he dado cuenta de que tiene una clientela bastante progre: artistas, independentistas y/o gays. Los sandwishes suelen ser generosos.

Otras panaderías que merecen mención son:

1. La Mallorca: Esta cafetería del Viejo San Juan es mi Cheers. En una época, iba a desayunar a La Mallorca, luego regresaba a mi casa en Cupey, me vestía y entonces me iba para el trabajo (Entraba a las 11:00 a.m.). Eso lo hice muchas veces. Ha habido ocasiones en que he desayunado, me he quedado leyendo dos o tres horas, al cabo de las cuales pido almuerzo sin haber salido del lugar. Le he cogido tanto cariño a Felo y Miguel, dos de los meseros, que desde hace dos años les doy un bono navideño. Ellos también saben que lo único que yo como por la mañana es un sandwish de jamón, queso y huevo.
2. La Jerezana: Lo primero que hay que decir de la Jerezana es que está ubicada en un backstreet de Santurce, por el barrio El Gandul. Es donde cafeterías e incluso otras panaderías del área compran su pan. Más que una panadería, parece un colmadito. No es un sitio para sentarse a desayunar. Casi todo el mundo entra, compra el pan y se va. Pero ese aire de tugurio panadero es, en mi opinión, lo que la hace chévere. Sin hablar de que los sandwishes son súper baratos.
3. Casa Mallorca: Ubicada en la Américo Miranda, cerca de Centro Médico, Casa Mallorca es un cafetín disfrazado de panadería. Lo maravilloso de este lugar es que está abierto 24 horas y, por su cercanía al Expreso, es el sitio perfecto para atemperar una borrachera a las cuatro de la mañana. Lo malo es que la vellonera, al parecer sólo tiene bachata, siempre está a todo volumen.

Invito a los lectores a contar sus propias historias de panadería. Se aceptan recomendaciones.