A mi amigo Plazaola se le ha metido en la cabeza la idea de que yo tengo que escribir una novela sobre el fenómeno de la huida de cerebros en Puerto Rico. Él piensa que yo soy la persona perfecta para ese trabajo debido a la siguiente realidad: durante los últimos seis o siete años he visto a todos mis mejores amigos irse del país. Para que el lector tenga una idea, ahora mismo no tengo en Puerto Rico ninguna relación significativa de amistad que exista desde hace más de dos o tres años. Esto es algo que puede ser bastante frustrante.
Plazaola me sugirió que viera Memorias del subdesarrollo (1968), del cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea, para que la tuviera como una referencia. Esta película la traté de ver hace muchos años. No sé por qué no pasé de los primeros minutos. La verdad es que ya ni recuerdo bajo qué circunstancias traté de verla. Sí estaba familiarizado con su argumento básico: Sergio es un burgués que decide quedarse en Cuba, a pesar de que su familia se ha ido para Miami huyéndole a la revolución. Verla de nuevo ha sido una gran experiencia. De Titón, que era el apodo de Gutiérrez Alea, sólo he visto Hasta cierto punto (1983), Fresas y chocolate (1994) y Guantanamera (1995). De éstas: Hasta cierto punto me pareció genial; las otras dos, buenas, pero más que nada entretenidas. Pensaba que Memorias del subdesarrollo iba a ser un bodrio. Por alguna razón, ése fue la impresión que me causó la primera vez que la vi. Pero, para mí sorpresa, esta vez me encantó.
Esta película se pudo haber subtitulado Godard a la cubana. Su estructura narrativa es libre. Cuando primero vemos a Sergio, está despidiendo a su familia. En ocasiones, la película irá al pasado para darnos vistazos de cómo era su vida antes de la revolución. Intercalados entre las escenas de Sergio, hay fragmentos de documental sobre la situación política de la época, especialmente sobre lo que pasó justo después de Playa Girón y la crisis de los misiles. La película es casi un ensayo en el que, por medio de un voice over, se nos revelan los pensamientos del protagonista. Lo más cercano a una trama tiene que ver con la relación de Sergio, que está bastante adentrado en sus treintas, con Elena, una adolescente de 16 años, interpretada magistralmente por Daisy Granados. Los que quieran saber por qué la Granados es tan respetada en Cuba sólo tienen que ver esta película.
Granados hace el papel de una femme fatale caribeña con el desparpajo de una pubescente Sofia Loren. Su personaje Elena, que es virgen, se acuesta con Sergio y luego lo acusa de haberla violado. Elena es la perfecta histérica latinoamericana, la mujer que quiere, pero no quiere, que da el canto, pero que después se siente usada. El rollo entre Sergio y ella es tan verosímil que da miedo. Claro está, Sergio no está libre de culpa. Él fue el que le regaló vestidos de su ex como parte de un intento de aburguesar a Elena.
Memorias tiene varios de esos guiños autoreferenciales que tanto le gustan a Gutiérrez Alea. Cuando Sergio conoce a Elena, le ofrece presentársela a un amigo de él en el ICAIC. El amigo de Sergio es un director que en ese momento está trabajando en una película cuya estructura es un collage. Está hablando, por supuesto, de Memorias del subdesarrollo.
Una cosa que me llama la atención de Memorias es lo inteligentemente planfletera que es. Es evidente que Gutiérrez Alea estaba buscando una forma nueva de hacer cine político, en la que la forma fuera tan revolucionaria como el contenido. La película es inclemente con los gusanos, pero no tanto así con el personaje de Sergio que, dentro de todo, decidió quedarse. Sergio es apolítico, algo que Titón parece consentir o, por lo menos, entender. Y es que, de cierta manera, Gutiérrez Alea es Sergio, un intelectual de extracción burguesa que estudió en La Salle, el colegio jesuita del que también salieron Fidel y un tío de mi amigo Plazaola.
Blanquitos unidos, jamás serán vencidos.
Corrección: Fidel no estudió en La Salle. Ver comentarios para los detalles.