En días recientes, he tenido la oportunidad de practicar uno de mis “pasatiempos” favoritos: visitar agencias de gobierno en busca de la lista absurda de certificaciones de deuda que piden cada vez que uno hace negocios con el gobierno. Mi safari comenzó el viernes, día en que visité los Departamentos de Hacienda y el Trabajo, y el CRIM. Me tomó apenas dos horas obtener las cinco certificaciones que emiten en dichas agencias. Esto es raro. Creo que se debió al hecho de que era viernes por la tarde, cuando no hay casi nadie. De las tres dependencias que visité, la más pintoresca fue, sin lugar a dudas, el CRIM. Allí, me atendió un doño que parece sacado de una película Jean-Pierre Jeunet, el director de Amélie, Delicatessen y The City of Lost Children, si éste hubiera nacido en Villa Palmera. En serio: era chiquito, jorobado y calvo, parecía padecer una mezcla de autismo y estrabismo. En el cubículo de al lado había una enana que acostumbra pasar por debajo de su escritorio para llegar a su silla. Eso fue el viernes. Hoy me tocó ir al Departamento de Estado, a solicitar un certificado de “good standing”. Se me olvidó que en la colecturía del Departamento de Estado no cogen ATH, por lo que tuve que ir hasta la ATH de la Plaza de Armas. La próxima y última parada era la Corporación del Fondo del Seguro del Estado. Cometí el error de ir a la Oficina Regional de San Juan. Allí me dijeron que para una certificación de deuda tenía que ir a las Oficinas Centrales en Monacillo. Era la primera vez que iba; no estaba preparado para lo que encontré allí.
–¿Tú dormiste conmigo anoche? –veo que le pregunta él a ella. Se lo dice sin hablar, confíado de que ella leerá sus labios.
–¡Ya quisieras tú! –contesta ella. Él se le acerca. Se saludan con un beso en el cachete. – ¿Estás bien? –añade ella.
–Tú estas mejor. –dice él, después de calcular su movida.
–Ten cuidado; no te esmandes. –dice ella mientras se va. No estoy seguro de si eso fue un no o un sí al avance; no manejo estos códigos. Hay otras dos personas cerca, pero no parecen estar escandalizados. Yo soy el único.
Estoy en uno de los ascensores del Fondo del Seguro del Estado, donde acabo de presenciar un rapeo de oficina de gobierno. La oficina de recaudaciones queda en el tercer piso, a mano izquierda, cuando sale del elevador. Una vez allí, me percato de que no tengo encima mi número de poliza. Temo haber perdido el viaje. Me acerco a dos tarambanas que están hablando por encima del módulo que divide sus respectivos cubículos. Les pregunto si me pueden ayudar: buscar mi número de poliza en el “sistema.”
–No se supone que demos esa información. –me dice uno de ellos, de mala gana. No obstante, me pide la hoja de solicitud, luego se sienta frente a la computadora. Le toma un minuto imprimir un papel con la información que necesitaba.
–¿Usted es a quien debo pedirle el certificado de deuda? –le pregunto.
–No. –rebuzna. – Pero dame acá. Total, lo que toma eso no es mucho. –dice. Está claro que me está ayudando porque lo que le estoy pidiendo no le cuesta “trabajo.” Me dice que espere en lo que se supone que sea un vestíbulo. Desde allí, estudio la fauna del lugar..
Continuaré mañana cuando me sienta mejor de esta monga que me tiene jodío.